SER, ESTAR Y PARECER.

Entró en el aula fría blandiendo un periódico cual espada: —“¿Quién ha leído los titulares de hoy?

A esa nebulosa de luz halógena y sudor fresco de chavales de dieciséis años a la que impelía, la pregunta le pareció hasta ofensiva.

—¿Nadie?

—Sí... ¿lo de la Unión Europea, no?— un alumno informado, repetidor y reaccionario normalmente, en todos los cursos hay uno.

—Lo de la Unión Europea... Madre mía... Sí, Penillo, lo de la Unión Europea,

¿qué os parece?

Es curioso observar algo que ocurre por primera vez, llevábamos toda la vida quejándonos porque nadie nos preguntaba lo que pensábamos y ahora que nos preguntaban no sabíamos que decir.

—A ver, algo habéis tenido que escuchar, en las noticias, la radio, en casa..

Ahí va otra cosa curiosa sobre la adolescencia, te crees un adulto, te sientes ofendidísimo porque te tratan como un niño, finges comportarte como un adulto en presencia de otros adultos... Y no tienes ni idea de lo que está pasando en el mundo adulto.

—Bien, no pasa nada, hablemos, que tenéis que preguntar.

Otra curiosidad más, esta bastante más triste. Lo llamaremos “círculo vicioso de ignorancia”, algo que por desgracia se acaba imponiendo en las aulas de todo el mundo por presión popular. Lo definiría simple y llanamente como el temor a preguntar cualquier cosa ante el miedo a quedar como un estúpido.

—Aquí no existen las preguntas tontas, en estos dos metros cuadrados las preguntas son lo más sagrado que hay, mucho más que las respuestas.

—Eso si que es una tontería, Vallejo— el alumno que siempre usaba esa frase para todo, de esos también hay uno en todas las clases.

—¿Ah, sí? Las respuestas te las dan Garrido, y como cualquier cosa que te dan acabas haciendo lo que quieres con ellas, pero las preguntas las fabricas tú, vienen de un esfuerzo propio, y normalmente nos duele tirar lo que hemos hecho con nuestras manos. Así que, decidme, que queréis saber.

Y allí, en ese aula de pupitres verde menta y sillas frías colocadas en semicírculo empezó todo. Esa fue la primera vez que alguien nos explicaba algo de política, algo de historia aplicada, algo de economía, algo del juego de poder... Algo de lo que nos esperaba de verdad en el mundo.

Nos convertimos en la clase más silenciosa del mundo, sin libros sobre los pupitres, ni bolígrafos fuera de los estuches. Pasaron más de veinte minutos de realidad intensiva hasta que la pregunta volvió como un boomerang cargado:

—Bien, y ahora qué pensáis de lo de la Unión Europea— y las palabras volaron por el aula como hechizos.

Comenzó un debate pausado, para sorpresa de nuestras hormonas nadie gritaba, y tras dejar que nos desahogáramos con una ligera sonrisa bailando en los labios el timbre sonó como si alguien hubiese jugado con el tiempo. Nos despidió hasta mañana a sabiendas de lo que había hecho.

Un hombre entró en el aula armado y en vez de provocar una masacre nos enseñó a desarmar a la gente que nos apuntara con ella.

Esa misma noche muchos vimos el telediario de las nueve, otros ojearon el periódico mientras se comían el pincho con el corto de cerveza y otros simplemente prestaron atención a la radio mientras sus padres los llevaban a casa.

Las clases de lengua y literatura duraban cincuenta minutos para todo el mundo, menos para nosotros. Las nuestras duraban cuarenta, desde ese día los diez primeros minutos hablábamos sobre el mundo. Éramos un grupo heterogéneo, Anarquistas, Skins, pijos y gente que vivía de subsidios, no recuerdo ninguna pelea ni ningún gesto maleducado durante esos dos años. Si bien es cierto que por la calle no nos saludábamos ese hombre consiguió algo que aún ahora se me antoja imposible, creó un lugar donde la palabra era todopoderosa y las opiniones de todos tenían lugar. Creo limites sin dibujar barreras. Nos hizo saber como convertirnos en adultos, como “ser”, no solo estar y parecer.

Una mañana gris como cualquier otra Vallejo nos entregó el poder del librepensamiento, y eso no te lo puede arrebatar nadie, ni siquiera el tiempo.


#MiMejorMaestro

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